Gracias al
apoyo y al enorme trabajo de la AATI, a fin de mayo me fui a España a
participar de la segunda edición de la Cantera de Traductores. Les comparto
algo de mi experiencia.
El
síndrome de la impostora
La primera
vez que me hablaron de la posibilidad de irme una semana a Madrid a hacer una
capacitación en traducción literaria, yo descarté la idea por completo. Era
febrero, estábamos en mesa de final, y recuerdo que pensé: “¿Irme a mitad del
año y dejar a mis estudiantes colgados? ¿Pagarme un pasaje a Europa cuando la
Argentina enfrenta semejante crisis económica? ¿Aplicar a una beca de
traducción literaria, si yo apenas estoy arrancando en ese terreno?”. Me reí,
agradecí el aviso, y me olvidé del tema. Hasta que volví a cruzarme a mi colega
en el segundo llamado de exámenes, y ella (por suerte) volvió a insistir: “La
convocatoria es para gente con tu perfil: traductores noveles que estén
arrancando en el mundo editorial, con uno a tres libros publicados. Es una
oportunidad muy importante. Postulate”.
No fue una
decisión fácil. Todo el mundo me decía que lo hiciera, claro, pero yo sentía
que no era el momento, que no era para mí, que no podía y mil etcéteras. Lo
curioso es que ya había estado en Alcalá de Henares, donde iba a ser el
encuentro, y me acordaba de haber visto la Universidad (que, los supe después,
es Patrimonio
de la Humanidad) y haber pensado: “Qué lindo sería
estudiar en un lugar así”. Terminé de decidirme cuando me enteré de que ese
edificio, precisamente, iba a funcionar como lugar de capacitación y residencia
estudiantil. Era una señal de que nada podía salir mal.
Armé un
mail con la carta de motivación, en la que escribí por qué quería participar,
adjunté mi CV y copia del pasaporte al día, y se lo mandé a la alitral, la
asociación organizadora. Diez días después, me avisaron que era una de las
seleccionadas. Sentí una alegría enorme, pero los miedos y las inseguridades,
sumadas al estrés que implica preparar un viaje así (iba a aprovechar el pasaje
para quedarme unos días más a recorrer España), me acompañaron hasta que llegué
a la Cantera.
Campamento
de verano o prohibido hablar en neutro
La
sensación de no estar a la altura desapareció apenas puse un pie en la
Universidad. Y es que la experiencia terminó siendo, como bien dijo un
compañero español, “un campamento de verano traductoril”. Durante una semana, conviví
con un hermoso grupo de colegas provenientes de diferentes regiones de España,
México, Colombia y Argentina, con quienes intercambié alegrías y complejidades
de la traducción en general y de la traducción editorial en particular. Me
nutrí de las experiencias de las y los talleristas y de los recorridos de mis
pares, redescubrí la importancia del libro como objeto cultural, y me llené de
seguridad y buen ánimo. Hubo trabajo de traducción, sí, pero también mucha
reflexión intercultural alrededor, bebidas mediante, que para mí fue lo más
valioso de todo.
Lo que
también abundó fueron las variedades del español (no sin algún malentendido y
risas relacionadas). Cada vez que una española decía “coger” tal cosa, me pedía
disculpas; yo, argentina, me volví hiperconsciente de mi “sheísmo”; a mi roommate
colombiana le hacía gracia la expresión “recibirme” para cuando una se
“gradúa”, y uno de los colegas mexicanos insistía con que para él no eran
comunes muchas expresiones que el resto asociábamos a su país por los doblajes.
La industria editorial (como la audiovisual) suele imponer en Latinoamérica el
uso de un español “neutro”; pero uno de los objetivos de la Cantera es,
justamente, visibilizar y revalorizar las variedades de cada región. En los
talleres, desarmamos la idea de que las versiones en una variedad diferente a
la propia no se entienden o no se disfrutan. Sí, es verdad que los textos muy
coloquiales presentan más problemas en ese sentido; y sí, también es cierto que
tenemos tradición de leer un tipo de variedad en las traducciones (que,
en rigor de verdad, de variedad tiene poco). Pero así como es necesario
fomentar la visibilidad de quien traduce, también es necesario pensar a qué
variedad(es) traducimos y por qué[1].
Recomendame
una traducción (propia)
Y, hablando
de visibilidad… Estoy segura de que no soy la única a la que a veces se le
olvida lo importante que es el trabajo que hacemos quienes traducimos, por eso,
quiero compartir dos experiencias que a mí me ayudaron a desarmar el síndrome
de la impostora[2]
con el que llegué a España.
Una fue
que tuvimos la oportunidad de hablar por videollamada con el autor de uno de
los cuentos que estábamos traduciendo. Casualmente (o no), el relato[3]
hablaba sobre la traducción, no solo porque sus protagonistas son una escritora
y su traductora, sino que la historia misma hace muchas referencias a la tarea
de traducir. Cuando le preguntamos al autor qué relación tenía con la
traducción, él señaló su biblioteca (tres cuerpos, llena de libros) y dijo:
“Valoro mucho la labor de los traductores. Sin ustedes, esa biblioteca estaría
vacía. Yo no leo en otro idioma, así que, gracias”. Fue una caricia al alma y
un incentivo.
La segunda
fue que les pedí a mis colegas que me recomendaran traducciones. Tengo la
teoría (construida sin sustento científico y con escaso sustento empírico) de
que quienes traducimos no leemos traducciones de idiomas que conocemos; o,
mejor dicho, que no las leemos por la traducción o que no las valoramos
positivamente. Así que me sorprendió que enseguida se les ocurrieran varias
traducciones contemporáneas para recomendarme. También les pedí que me
recomendaran una traducción propia (ya que era condición tener alguna publicada
para participar de la Cantera), y fui a buscarlas especialmente a la Feria del
Libro de Madrid o les propuse un intercambio por una de las mías (así, de paso,
me exponía también al vértigo de que me leyeran a mí).
Me fui del
encuentro renovada, más segura del valor de mi trabajo, con ganas de disfrutar
de libros traducidos a variedades diferentes del rioplatense. Pero sobre todo, me
fui muy agradecida de que existan espacios de formación como este y colegas
generosas que donan su tiempo para hacerlos realidad.
Julieta
Giambastiani es traductora literaria y técnico-científica en inglés por la
ENSLV Sofía B. de Spangenberg. Dicta clases de Traducción I y II en esa misma
institución y traduce de forma independiente desde 2011. Tiene dos traducciones
de ficción publicadas con la editorial Colihue. La encuentran en
@TramaTraducciones.
[1]
Y hablando de variedades, ¿a nadie de estas pampas le hizo ruido que la
capacitación se llamara “Cantera de Traductores”? Solo voy a decir una cosa
antes de que abran la página de la RAE: aunque la traducción se torne difícil
muchas veces, nadie anduvo con el pico y la pala por España…
[2]
De hecho, fue tema de conversación en una de las charlas tantas informales que
tuvimos. Ver: https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151125_salud_psicologia_sindrome_impostor_lb
[3]
Se los recomiendo, es un texto hermoso sobre nuestro rol en el mundo: https://www.irishtimes.com/culture/books/the-translator-s-funeral-a-new-short-story-by-ronan-hession-1.4306230
Este artículo fue publicado por primera vez en Calidoscopio 2023-3.
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