martes, 26 de septiembre de 2023

Crónica de la Cantera de Traductores 2023

Llegar a España, más precisamente a Alcalá de Henares, para realizar una residencia de traducción es en primer lugar una felicidad, estar en una especie de burbuja que tiene como centro de gravedad temas que a diario pensamos y vivimos con pasión, y, en segundo lugar, un pequeño desfasaje de sentido. La lengua pluricéntrica que habitamos por unos días va a tener un arraigo geográfico y, por lo tanto, de uso que nos va a ocasionar curiosidad y cansancio según la hora del día.

Por la mañana, mientras hacemos nuestras prácticas de traducción en el marco del taller, en mi caso francés-español —aunque en Buenos Aires, de donde vengo, traducimos al español pero escribimos en castellano—, todo será reflexión e intento de sopesar cuánto de las variantes que no manejamos puede hacer que el texto traducido se diga de forma más completa. Que exprese por uso, sonido o algún otro aspecto mejor lo interpretado del texto fuente.

Y todo esto en el marco del trabajo específico de la traducción, pero luego está la vida y sus pequeños y grandes placeres o momentos. Y ahí la lectura comienza un nuevo sendero. Entender, localizar, lo que palabra a palabra leemos, pero en la sucesión de la línea no nos dice nada específico. La primera prueba puede ser el menú del restaurante. «Bolillos de …» a muchos de nosotros —mexicanos, colombianos, argentinos— no nos dice gran cosa y ante nuestras preguntas las respuestas de los españoles están más cerca de la polisemia que de saber qué es lo que verdaderamente vamos a comer. Ahora, con la bebida y sus cantidades es otro cantar.

Hasta ahí nada que un turista no haya experimentado o sepa de antemano. Pero claro que en una mesa de traductora.e.s nada se detiene en encontrar las diferencias, sino en largos pedidos de explicación, constatación y especulaciones sobre las diferentes maneras de nombrar. Pero claro, estamos en el bar y no hay necesidad ni de grandes teorías ni de apelar a la norma o el uso de cada lugar. Todo es o fue razón de variantes de la risa, el asombro y la ironía. Porque cierto grado de tensión controlada es vital, cierto grado de tensión es ético si nos encontramos en un bar y las tapas se suceden. Porque a esta altura ya aprendimos que tapa es una palabra que designa una gran variedad que puede ir del asombro a la decepción, de llenar el estómago a engañarlo. Es cuestión de saber leer y empezar a conocer los rincones mágicos.

Y en el tiempo que existe entre el almuerzo y las tardes de tapas, nos juntamos para compartir las distintas situaciones de las asociaciones a las que pertenecemos. Las características de cada una de ellas, cuáles son las actividades importantes y cuáles las urgentes que se están desempeñando, el intento de hacer cada vez más visible la profesión, compartir nuestras inquietudes y constatar que hay algo en común, un grado de precarización que, si bien es diferente según el país, existe.

Otras tardes se programaron visitas a la Biblioteca Nacional de España, la Regional de Madrid, la Feria del Libro, algunas librerías. Siempre alrededor de ese entorno del libro que nos fascina. En mi caso, me siento más cómodo en una pequeña y cuidada librería independiente que en un gran edificio un tanto «señorial»; también me sentí muy a gusto en el edificio de la antigua cervecería reciclado y que se transformó en la Biblioteca Regional de Madrid. Salas de un tamaño agradable, con luz y materiales cálidos.

El día comienza y la vuelta al taller nos configura, vamos sumando variantes, opciones que enriquecen nuestras posibilidades. Incorporadas de formas muy distintas a cuando se suman en cuanto que lectores. Estas variantes empiezan a habitarnos y nos brindan lo que quizás sea el tesoro más valioso de salir de la soledad de nuestro espacio de trabajo. Esa riqueza es la posibilidad de hacer más compleja nuestra lectura y nuestra propuesta de traducción. Que las aristas se multipliquen, claro que siempre es un horizonte, pero aprender a pararse en la frontera de esos caminos es interminable por su carácter cultural y, por lo tanto, histórico. Vivir ese espacio de complejidad como el más rico de los tesoros; y entonces sí volver al bar y pedir una caña y saber que si es poco pediremos otra hasta que la necesidad se transforme en espera, consulta, escritura y duda. Duda que buscará eco en las horas compartidas en el taller, en los intercambios que tuvimos para hacer crecer y afirmar una manera de ir hacia el texto, de problematizarlo, de leerlo, con la intención de reponer toda su particularidad. En la forma, en el contenido, en la forma.


Horacio Maez (Buenos Aires, 1969) realizó estudios de filosofía de la Universidad de Buenos Aires y realizó cursos de lector editorial, corrector y editor de mesa. Publicó tres libros de poesía: Salix (Ediciones Modi, 2015), En obra, diarios del oficio (El ojo del mármol, 2017) y Pequeños rastros que se alejan (Kintsugi, 2021). Como traductor colaboró en la traducción de Tener lo que se tiene al francés de la poeta Diana Bellessi y tradujo hacia el español a Valérie Rouzeau (No verte más, Barba de abejas, 2019) y Nathalie Leger (Sobre Barbara Loden, Chai editora, 2021). Colabora en la revista digital de literatura El diletante. www.aviceversa.com.


Este artículo fue publicado por primera vez en el número 66 de Vasos Comunicantes.

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