El 12 de
abril, M.ª Carmen de Bernardo, Ana
González, Ana Flecha y Carlos
Fortea cruzamos el Atlántico, rumbo a Bogotá,
para encontrarnos con compañeros de profesión de otras latitudes, que pronto se
convertirían también en amigos, tal es la capacidad transformativa de los
viajes. Entonces no sabíamos lo que era el soroche, pero sí teníamos claro que las palabras, como casi todo en
esta vida, se aprenden mejor cuando se sienten en el cuerpo que cuando se
buscan en el diccionario.
En abril del año pasado, nació Alitral,
la Alianza Iberoamericana para la Promoción de la Traducción Literaria, de la
mano de la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes (AATI),
la Asociación Colombiana de Traductores, Terminólogos e Intérpretes (ACTTI),
la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de
Escritores de España (ACE Traductores) y la Asociación
Mexicana de Traductores Literarios (Ametli). El objetivo
principal de esta alianza es el de mejorar las condiciones profesionales de los
traductores iberoamericanos, contribuir al prestigio de la profesión y al
desarrollo de la cultura. Vale, ya lo sé, eso no es un objetivo, sino tres,
pero de misterios como este, y de otros más increíbles todavía, también hay
antecedentes en los libros.
El
español es un idioma con más de quinientos millones de hablantes y, ante la
quimérica idea del español neutro, los miembros de Alitral se unen para
celebrar las diferentes variantes lingüísticas que, aunque son muchas y muy
diversas, no impiden que nos entendamos en un idioma común. Si un hablante de
español de cualquier parte del mundo puede leer a Gabriel García Márquez,
Alfonsina Storni, Mario Vargas Llosa, Gabriela Mistral, Octavio Paz o Ana María
Matute sin necesidad de adaptaciones, ¿por qué se adaptan las traducciones?
Un año después de su
creación, las aspiraciones de las cuatro asociaciones que constituyen Alitral
se plasmaron en la Cantera de Traductores 2018, un taller
internacional con alumnos y profesores de los cuatro países que conforman la
alianza y a los que se sumó una intrépida compañera chilena. En la sede de
Yerbabuena del Instituto Caro y Cuervo, del 13 al 18 de abril, tres
grupos de traductores noveles nos juntamos para trabajar juntos sobre las
versiones de un mismo texto que llevábamos preparadas de casa. En el grupo de
francés, con alumnos de México, Argentina, Colombia y España y moderado
por Arturo Vázquez Barrón de la Ametli y Estela
Consigli de la AATI, trabajamos un fragmento de la novela de Nicolas
Verdan Le mur grec. El grupo de alemán, con representación
mexicana, colombiana y chilena entre los talleristas, se centró en las primeras
páginas de Tamangur, una novela de la autora suiza Leta
Semadeni, que nos acompañó durante los últimos días del taller y la visita
a la Feria del Libro de Bogotá (FILBo). Los profesores encargados de ese
taller fueron Claudia Cabrera, de la Ametli, y Carlos
Fortea de ACE Traductores. Por último, el taller de inglés, compuesto
únicamente por alumnos colombianos, se centró en la traducción de textos de los
escritores anglófonos T. Coraghessan Boyle, Ashleigh Young y D.
W. Wilson, guiados por Mateo Cardona, de la ACTTI. Roberto
Rueda Monreal de la Ametli también nos enseñó y nos acompañó, tanto en
las tareas de traducción propiamente dichas como en las actividades de la tarde,
en las que hablamos de la crítica de traducciones, la tipología del error, la
ética del traductor y, por supuesto, qué ingredientes debe y cuáles no debe
llevar el ajiaco.
El 20 de
abril tuvimos la oportunidad de leer una muestra de nuestras traducciones en
distintas variedades lingüísticas en la FILBo, ante un público en el que, lo que son las
cosas, no solo había traductores. En nuestra puesta de largo en la Feria,
también pudimos escuchar a Leta
Semadeni hablar
de su obra en alemán, parte de la cual traduce ella misma desde su lengua
materna, el romanche. Después, Claudia
Cabrera se
prestó a traducir en riguroso directo ante todos los presentes, que no la
dejamos avanzar mucho porque teníamos demasiadas preguntas. Cabe destacar que
nada de esto habría sido posible sin el apoyo del Instituto Caro y Cuervo, el Ministerio
de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, la fundación suiza para la
cultura ProHelvetia y el programa Looren América Latina de la Casa de
Traductores Looren.
Como no todo en
esta vida es trabajar, en nuestros ratos libres descubrimos Chía de la mano de
los colegas colombianos, escuchamos las recomendaciones de Patricia, nuestra
amable anfitriona en Villa Elena (que, hasta que pueda hacerlo de otra forma,
viaja por internet). Disfrutamos mucho las conversaciones con Leta, nuestra
increíble autora invitada; la excursión a la catedral de sal de Zipaquirá; los
paseos por la FILBo y por Bogotá; las comidas, los tintos y
las sobremesas, tan cargadas de risas como el taller de alemán —quién lo iba a
decir— que traspasaba los muros de su propia aula.
Pasado el jet
lag, deshechas las maletas y reposadas, más o menos, las emociones, nos
vuelve a la mente todo lo aprendido, todo lo compartido con gente que hace
apenas dos meses no conocíamos (para que luego digan que la traducción es una
profesión solitaria). Y de vez en cuando nos sacude la nostalgia de los nuevos
amigos, las nuevas experiencias y los nuevos lugares, como en su día, a tres
mil metros de altitud, nos sacudió el soroche.
Ana Flecha Marco
(miembro de ACE Traductores)
(miembro de ACE Traductores)
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